Violencias: objeto del deseo sin imperativo categórico
09/02/2023 - Editorial. En una sociedad donde prima lo individual, el ser humano se queda sin lazos de contención. Las referencias de formación, imitación u ordenamiento, se nos disipan. La escuela no alcanza para todo. La inmediatez, el mercado, la urgencia le ganan a la reflexión. Seguimos esperando una solución desde “afuera” de nosotros mismos.
Según Nietzsche “es el deseo, no el deseado, lo que amamos”. Es el deseo de satisfacción inmediata lo que nos impulsa. Pero, ¿qué impulso nos está satisfaciendo el contexto de violencia en el que estamos viviendo?
El paroxismo de esa realidad que vivimos es el juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa, y conjuntamente, la opinión pública volcada a analizar la culpabilidad de los acusados. Una sensación de omnipresencia se ha producido en los medios -al escribir, está la balanza de la Justicia determinando su destino-. Pero, paralelamente se hacen presentes centenares de casos virales donde la misma violencia es cotidiana. Y nos preguntamos por sus familias, ¿qué estaban haciendo? ¿No lo vieron? ¿No tuvieron antecedentes?
Hoy en las escuelas vemos muchos/as pibes/as que resuelven en soledad. Hay pocos espacios de contención real de los fragmentos de sociedad que nos hemos convertido en individuos que, ocasionalmente, compartimos vínculos reales, off line, con otros seres individuales.
La opinión pública actual se ha fragmentado en miles de millones de instantáneas que se reproducen en las redes sociales. Lo que antes era realidad, por el hecho de estar en los medios, hoy sucede en la sumatoria de emisiones orgánicas o individuales. Por lo tanto, el mismo concepto de realidad entra en crisis (Vattimo), y la hipotética seriedad en la interpretación de los hechos queda a merced de la subjetividad de cada uno de nosotros.
Los humanos entramos hace décadas bajo el imperativo categórico del consumismo de mercado. El mercado y la posmodernidad pusieron en jaque los valores tradicionales que nos otorgaban seguridad como individuos sociales, colectivos como “los trabajadores”, la Iglesia, el partido, la justicia, la patria, todos escenarios de identidad colectiva.
Esa lógica emanada de la globalización, un supuesto aparentemente inocuo, nos supuso a todos por igual. Pero también a todos diversos y posibles de alcanzar un éxito (generalmente económico), que nos autoexigió hasta el cansancio, la anemia y la anestesia cumplir con los mandatos del deseo, del yo puedo (Chul Han) y el yo quiero. Pero la resolución debe ser inmediata, y a la ley universal, le antepusimos el pragmatismo del yo, que reclama gratificación ya. Se transformó el ámbito del trabajo, la escuela, la familia, las entidades y, por lo tanto, también las instituciones que eran efectoras y símbolo de ejemplos a seguir.
Así caemos rápidamente -porque el humano transmoderno carece de tiempo y de reflexión, por lo tanto, somos personas de reacción inmediata-, en la vorágine de temas qué emergen por encima de la opinión pública. En casos como los mencionados anteriormente, en ellos prestamos nuestras posibilidades de solución problemáticas globales.
Pero, nuevamente, ¿qué hace que un pibe vaya a bailar portando un cuchillo? Sucede aquí, frente a nosotros. Rápidamente culpamos a los problemas emergentes de la violencia, las adicciones, el alcoholismo y la iracionalidad. Poco hacemos para pensarnos en qué hemos aportado para convertirnos en ejemplos y respuestas a una sociedad desarmada. Vemos a pibes y pibas en total soledad, sin espacios de contención, con familias, negligentes o simplemente porque están ocupada en sobrevivir (generalmente para sostener un ritmo de vida de deseos que no son necesidades, y lamentablemente, ante el nivel de pobreza nacional, muchos estarán buscando la comida diaria).
Allí recae el imperativo categórico kantiano, es decir que actuemos de acuerdo con máximas que podamos querer como leyes universales. ¿Qué ejemplos o espejos le ofrecemos a la sociedad para reflejar lo que somos? Nuestra dirigencia, quienes serían nuestros líderes, están gritándose, desentendiéndose y sumergiéndonos en la pobreza (literal y moral). Las entidades básicas ya no nos dan cobertura, pues descreemos de los medios, la justicia, las instituciones…
Quizás deberíamos preguntarnos cuáles son los espacios reales de contención. La escuela está desbordada. Los lazos sociales y solidarios muy debilitados y marginales.
Les estamos exigiendo a los acusados por el caso de Fernando que pidan disculpas por un hecho aberrante, pero somos incapaces de revisar nuestras prácticas cotidianas.
Entonces, el deseo por el qué proyecto las principales acciones de mi vida, como pulsiones vitales, quizás debiera conectarse con el corazón y la razón.
En el mundo del budismo alguien estableció que deberíamos vivir sin expectativas ni esperanzas. Somos un pueblo glo-calizado qué sigue esperando, con expectativa y esperanza que el cambio venga de afuera. Sin embargo, la transformación es nuestra, y por lo tanto requiere compromiso. Entonces, nuestro deseo no debería ser en convertirnos en alguien distinto a los acusados en alguno de los casos de resonancia pública, sino en comprometernos con la sociedad y con la acción para que esto (gobiernos, dirigentes, instituciones, personas colectivas e individuales) sea distinto.