Nuestras historias de bandoneón
22/04/2024 - Desde su primera infancia, Rubén Exertier, hizo del instrumento una extensión de su vida. Aprendió música antes que a leer. El hombre que ha emocionado un rincón del país, hoy es Ciudadano Ilustre de Bolívar. Sus sonidos y su genética musical son patrimonio de la ciudad.
Rubén Exertier comenzó a interiorizarse por la música desde muy chico, aunque hasta el día de hoy, es una incógnita el por qué se inclinó por el bandoneón. “Mi comienzo con la música fue raro porque cada vez que mi padre venía del campo a la ciudad a hacer los mandados, yo me quedaba revolviendo todo, buscando un bandoneón. Ni al día de hoy me queda claro esa idea de tener ese instrumento. En ese entonces, vivíamos en el medio del campo y quizá, me haya quedado la imagen de verlo en algún baile del campo porque, en aquel tiempo, no había posibilidad de conocerlo de otra manera. Sí, mi viejo escuchaba tangos, pero en la radio, o quizá fue por el sonido que escuché de ese instrumento. Me acuerdo de subirme al sulky para revolver todo, ya que tenía como un cajón donde se guardaban cosas, cuando sólo tenía 4 años”, recordó.
Dos años más adelante, los padres de Rubén se decidieron y una familia le prestó un bandoneón para que su hijo empezara a estudiar música. “Mis padres no tocaban ningún instrumento y, además, elegí un instrumento raro porque si me y hubiera inclinado por una guitarra, en el campo, siempre hay; pero yo quería tener un bandoneón, es más, ni sé si quería ser músico, sólo quería ese instrumento”.
“Pocha” Dadone, viajaba al campo a visitar a su abuelo, muy cerca de donde vivía la familia Exertier y le enseñaba a Rubén. “Estaba estudiando piano e iba una o dos veces por mes al campo, yo con solo seis años aprendía lo que era lectura musical, no iba a la escuela y ya sabía leer música. Ella le dijo a mi padre que me llevara a aprender bandoneón porque no podía enseñarme”, dijo sobre los primeros acercamientos con el instrumento.
Así fue que los padres lo trajeron a lo Devicenzi; “venía una vez por mes y con un libro de Pedro Maffia, que fue el primer método para aprender bandoneón, donde estaba el teclado en tamaño natural y al lado de cada tecla, estaba puesta la nota. Mi madre se sentaba al lado mío y me ayudaba a memorizarlas. Todos los días me ayudaba con las notas”.
Hoy, hace casi 70 años que Rubén empezó a tocar el bandoneón y “lo hago casi todos los días y en forma continua. Mientras estoy haciendo eso, no me imagino que alguien está escuchando o hasta dónde puede llegar mi música”, a lo que agregó “la paciencia de los vecinos porque no me imaginó como será que alguien haga sonar un bandoneón todos los días”, dijo ironizando un poco la situación.
Rubén trata de estar con el bandoneón el mayor tiempo posible porque “yo hablo del bandoneón, pero debe ser en todos los instrumentos iguales, ya que dejarlo un tiempo hace que uno vaya perdiendo la digitación o el entrenamiento, y después cuesta volver. Además, el teclado del bandoneón no tiene un orden para el músico que toca otro instrumento, nosotros lo tenemos que aprender”.
El músico, consideró que es un instrumento difícil de aprender por alguien que sabe tocar, “hay que reprogramar el cerebro y trabajarlo ya que hay muchas notas que están en lugares distintos del teclado”, explicó.
Rubén mencionó que hubo y hay muchas personas detrás de él que lo ayudan, “mi familia que me respalda; mi señora que falleció hace poco siempre estuvo, es más ya me conoció así; mis hijos; mis padres que me compraron el primer bandoneón. Es un instrumento caro, tiene el valor de un auto usado. Mi padre no tenía auto, me compraron el bandoneón y siguieron andando en sulky y es algo que siempre tuve presente, por eso, nunca dejé el bandoneón”, mencionó.
El abuelo de Exertir tocaba la “acordeón verdulera, que es más chica que el bandoneón y la guitarra. Había venido de Francia y aprendió solo. Yo intenté aprender guitarra y, luego de mucho esfuerzo, me di cuenta que no era lo mío, me gusta cuando toca otro”.
Dos de los hijos de Mirta y Rubén siguieron el camino de la música y vieron a su padre tocar, como Franco y Mauricio. Para Rubén “hay una cuestión genética, porque mi abuelo tocaba, no tuvo ninguna posibilidad porque vivía en el medio del campo y nunca subió a un escenario; pero creo que todo viene de ahí. Mi padre, a pesar que no tocaba ningún instrumento tenía un oído terrible, yo me equivocaba uno nota y se daba cuenta. Mis hijos me escucharon desde siempre y mi mujer, también tocaba la guitarra, por eso, es que estaba la posibilidad de que se inclinaran por la música. Y, además, también mi suegro tocaba de oído”.
Consultado sobre si cualquiera puede ser músico, Rubén, se basó en algunos informes que leyó donde establecen que el cerebro del músico viene con cierta preparación. “Cualquiera puede tocar un instrumento, el asunto es poder seguir y avanzar en el camino de ser músico”, dijo a modo de definición.
Para Rubén, el bandoneón es algo muy importante en su vida. Reconoció que “no se cómo vivir sin no tener un bandoneón porque lo tengo desde los seis años, entonces, es una parte de mi vida”.
En el caso de este instrumento, “se requiere de mucha sincronización porque tiene un fuelle, suena cuando aspira aire, o sino, se pueden regular los sonidos que pretendemos. Creo que no hay ningún instrumento fácil porque cuando uno aprende hay que enseñarle al cuerpo a hacer algo que no conoce”. Y sobre el tema agregó que, en el caso del bandoneón, “hay que trabajar cada dedo separado por su lado y agilizar las dos manos. Quizá, la diferencia con otros instrumentos, es que, en el bandoneón, el teclado no tiene un orden, como sí lo tiene el piano. Cuando lo terminás aprendiendo adquiere un orden, por otro lado, sí tiene los acordes más cerca y algo complicado que tiene es que, al estar afuera, el teclado no se ve, por eso hay que manejarlo de memoria. Lo mismo el tema de abrir y cerrar, donde hay que regular el aire para ver qué intensidad de sonido se quiere logar, con lo cual, son dos movimientos más, que se suman a los teclados que tenés en cada mano”.
Rubén tiene dos bandoneones, uno que lo está restaurando y el otro con el que toca habitualmente. “El primero que tuve era prestado y era igual al que usé para filmar el documental Che bandoneón, la misma medida y el mismo color. Cuando tenía 9 años, mis padres me compraron uno nuevo; pero cuando crecí y empecé a hacerle fuerza se rompía. Lo vendí y compré el que tengo actualmente, cuando tenía 16 o 17 años y estaba yendo a aprender con Virgilio Rossi. Había una persona que necesitaba un bandoneón para una rehabilitación, así fue que le vendí el otro y me compré el actual más una guitarra. Hace 13 años le hice un mantenimiento por primera vez; pero es “Doble A”, es otra historia. Hace unos años, compré otro, de marca “Ela” que hubo que repararlo porque estaba destruido y me falta hacerle todo lo fino, pero ya lo puedo tocar”.
En la actualidad, Rubén sigue estudiando y formándose. “Tengo el último libro para bandoneón que se hizo, más arreglos que tengo de diferentes bandoneonistas y siempre aparece algo nuevo”.
Hoy forma parte de “Bolívar trío” con dos jóvenes de distintas generaciones, Eugenia Alejo y Nicanor Pagola, que el propio músico consideró “cumplir un sueño” con ese proyecto musical. “Desde hace muchos años quería formar algo con tres o cuatro bandoneones y nunca puede. Cuando aparece Nicanor, que está totalmente decidido a ser bandoneonista, empezamos los dos y, luego de una presentación, nos vio Eugenia que estaba en el público, fue a casa y vi que podíamos trabajar los tres juntos, por eso digo que fue un sueño y que se cumplió de la manera más inesperada”, cerró el músico.